Cuando era joven, pensaba en América Latina como un lugar sin terminar en el momento de la creación. Para mí esto era una desventaja: el tiempo era lento; el espacio siempre daba la sensación de ser elástico; y las cosas funcionaban de maneras peculiares e idiosincrásicas. Ahora aprecio estas cualidades. La gente de la región está convencida de que la realidad y los sueños son imposibles de separar. Que los espíritus bailan alrededor de los vivos. Y que los objetos inanimados tienen un alma propia.
Ser judío y latino significa tener una doble entrada al mundo de lo irreal. La tradición folklórica judía también contiene una extraordinaria galería de quimeras: dybbuks, golems y una gran variedad de ángeles y demonios. Incluso tenemos las brillantes quelemitas. En la Ciudad de México, donde crecí, estas quimeras a menudo interactuaban con las locales, como La Llorona, la mujer que lloraba, y El Coco, un ogro sin rostro.
La literatura judía de América Latina es un pozo infinito de posibilidades. El siguiente mapa da una idea de los libros que se han escrito o traducido al inglés, y todavía hay muchos otros en el canon.
La literatura ha sido un medio excelente para explorar esta vida sobrenatural. Considere la obra maestra de Gabriel García Márquez Cien años de soledad (1967). En la novela, hay tormentas de mariposas; pueblos enteros pierden misteriosamente su memoria; y hermosas mujeres ascienden al cielo. En América Latina, estos sucesos no son extraños ni infrecuentes.
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